Cuatro días antes de la Navidad de 2011, cuando les faltaba una hora y treinta minutos para llegar a Puerto Cabezas provenientes de los cayos miskitos, cuatro pescadores divisaron en la tarde una bolsa amarilla mientras navegaban.
Habían pasado un mes trabajando en el duro de oficio de la sacada de la langosta, que les permite ganarse a cada uno 11 córdobas por libra arrancada de las entrañas del mar caribe y el bulto relleno de dólares no podía ser visto de otra manera que no fuese una bendición. Wellington, a quien sus amigos en su niñez conocían como Kobe por algún parecido que le encontraban con el famoso jugador de baloncesto estadounidense Kobe Bryant, era uno de los tripulantes. “Me sentí alegre. Era la construcción de la casa de mi mamá”, dice.
De la bolsa amarilla, el pescador de 30 años se quedó con 20 mil dólares que servirían para convertir enteramente a concreto, la pequeña casa de su madre de madera arriba y de cemento abajo, de minifalda como dicen los albañiles. Desde los trece años, Wellington se lanzó a pescar como miles de personas que viven de las embravecidas aguas del caribe en el mismo Puerto Cabezas, o en algunas de las comunidades del litoral norte o sur, donde los comunitarios se hallan dinero o droga que luego alguien les compra.
Ahí está la clave para entender la penetración de la droga en un paraíso olvidado por las autoridades con 32 mil kilómetros cuadrados de extensión en el caso de la RAAN, aproximadamente la cuarta parte de la extensión total del país.
Gente viviendo en la miseria, se encuentra dinero o se hace cómplice de un negocio que les hace tener mejores ganancias de lo que puede darle la pesca, o la siembra de malanga u otros tubérculos, el modo tradicional de sobrevivir y en el que fueron educados los comunitarios por sus padres y abuelos. Wellington, a quien la Fiscalía ha exculpado de pertenecer a algún clan narco, recuerda que en el mes de faena, en la sacada de langosta con ayuda de nasas (trampas), el día inicia muy temprano.
Muchas horas de trabajo que empiezan cuando el sol no sale. Un mes laborando que le permitió sumar cuatro mil córdobas a su bolsa, unos 174 dólares, es decir 114 veces menos que el dinero encontrado flotando. El pescador se siente preso de la indignación, pone una sonrisa con cara más de amargura cuando se le pregunta cuánto debía trabajar para lograr acumular el regalo que el mar le trajo. ─ ¡Jum! ¡Bastante!— dice.
¿“Vos no agarrarías los reales”?
El nombre de Wellington es Elvis Albert, tiene un hijo y vive en el barrio Spanish Town al que se llega por veredas en Puerto Cabezas, la capital del caribe norte nicaragüense ubicada a 565 kilómetros de Managua, donde la escena parece repetirse a medida que el conductor del taxi se adentra: casas pobres, de tambo como las hacen los miskitos, llena de gente de las más pobres del país.
“Yo le dije al policía, si vos mirás reales, ¿no los agarrarías? Yo los agarré porque los traje a mi casa y ellos me preguntaron cuántos kilos hallé, y yo les dije que solo reales encontré”, se acuerda Wellington, de camiseta crema y short, sentado en el umbral de la casa donde lo acompaña su madre, la más triste de esta historia, y quien guardaba el dinero en la funda de la almohada.
“Yo soy viuda, no tengo nadie que me ayude, solo él. Tengo tres hijos que trabajan en el mar, yo me puse a llorar, yo tenía miedo porque mi hijo no hizo nada. Soy pobre, no tengo nada en mi casa”, dice la madre. En la vivienda, se ven unos cuantos retratos, unos peluches colgados de un extremo del cuarto grande donde se juntan sala y cocina, una banca y los trastes colgados al fondo en un rústico mueble a la izquierda del artefacto de dos quemadores. Allá un televisor de 14 pulgadas, un pequeño equipo de sonido.
La suerte de esta familia acabó porque un vecino sopló a la Policía. En el operativo que ocurrió a las seis de la tarde del 23 de diciembre, y que sorprendió al pescador mientras bebía licor, los investigadores incautaron también una motocicleta que una hermana de Wellington había sacado al crédito en una casa comercial.
Kemil Evenor Coleman, abogado de Wellington, dice que la Policía se niega a entregar el dinero incautado que en el reporte oficial se redujo supuestamente hasta 15,000 dólares. Coleman insiste en que la Policía no accede a la devolución, pese a que el Ministerio Público mandó a archivar el caso después de solicitarles en más de tres ocasiones a la Dirección de Auxilio Judicial y Antinarcóticos que aportaran pruebas que vinculasen al pescador con alguna red de narcotraficantes.
La policía tras los expendios de droga
“El comisionado no quiere atender abogados. Presionando con los medios locales, él vino y entregó la motocicleta. El Jefe le dijo(a la hermana de Wellington) que llegara sola para entregarle la moto. Auxilio Judicial entregó la moto con un papel común, no utilizó ni siquiera un acta y nada de los dólares, que ni siquiera en ese caso hubo un documento de incautación con numeración y todo”, explica Coleman en su despacho.
El jefe de la Policía en la región caribe norte, comisionado mayor Yuri Valle, dice en defensa de sus oficiales que Wellington protege a alguien y luego zanja, cualquier cuestionamiento de la posibilidad de la pérdida del dinero, diciendo “eso dice él, pero yo te estoy diciendo esto. Vos verás si le crees a él o nos crees a nosotros los policías”.
“Si hay una ocupación, es porque hay una investigación de la Policía. Eso está ocupado. Él está defendiendo a alguien, no sé en qué tipo de actividad, siempre se da un recibo, si él dice que el caso lo conoció el Ministerio Público, es que estamos trabajando en esa dirección”, dice Valle.
Diciembre fue un mes de mucho dinero para la gente en Puerto Cabezas y sus alrededores. En los días que Wellington encontró los dólares, no era raro ver en el pueblo a muchos con pequeñas fortunas. Coleman dice que conoce la historia de un señor que con más de 2 mil dólares fue increpado por las autoridades, mientras compraba en una fritanga, y luego el dinero pasó a formar parte de lo “incautado a narcotraficantes”.
“Para esas fechas, hubo varios quiebres de droga, tumbaron a otros narcos, había bastante dinero en todo el sector. Demasiado el dinero”, dice Coleman.
“Venía gente de Honduras a comprar la droga; en las gasolineras, por no ir al banco, te cambian que 500, que 600 dólares, mil. La gente andaba plata”, añade Yader Pineda, colega del mismo bufete, quien sostiene que, cuando cae droga en alguna comunidad, los comerciantes viajan hasta la lejanía sin importar las horas del viaje en panga, porque saben que ahí la gente les comprará en buen precio sus mercancías.
“Una camisa te la van a comprar (en las comunidades) en 100 dólares, una moto en 10 mil. Todo te lo van a comprar, el comerciante emigra entonces”, sostiene Pineda.
Aunque ahora el enfoque de la Policía parece dirigido al cierre de los expendios de droga-- Valle no ofrece una visión sobre la penetración de las comunidades porque dice que ahí opera el Ejército a través de la Naval-- el problema del narcotráfico es valorado como prioritario por la Policía en el caso de la RAAN desde comienzos de los noventa.
“Durante la década de los ochenta, la actividad de acopio y consumo de droga en la RAAN se limitó a la marihuana que los pobladores de los litorales del norte y sur encontraban en las playas e intercambiaban por otros productos”, relata un informe de la Policía en 1994, al que tuvo acceso Confidencial.
Las causas enumeradas en ese documento parecen ser las mismas de la explosión del negocio en esta década: “La vulnerabilidad de las fronteras, la cercanía con San Andrés (puente ideal para el traslado de la droga), las armas de guerra en manos de civiles que son cotizadas por los narcotraficantes, e intercambiadas por droga, la crisis económica que atraviesa el país, son, entre otros, factores que han propiciado el uso del territorio nacional para el narcotráfico”.
La pobreza: el detonante
El tema de la pobreza continúa siendo el detonante. Sentado en un cafetín de la Iglesia Morava, el pastor Marcelo Borge, uno de los líderes de la agrupación religiosa, insiste en que el narcotráfico es motivo de gran preocupación en la región. “Para nuestra gente la droga es como una bendición de Dios, porque casi la mayoría de la gente-- cada vez que entraba en las playas-- ese polvo blanco o harina, conseguían dinero fácil, pero no toda la población”, distingue Borge. El pastor hace énfasis que en la costa caribe se practica la vida comunitaria y, cuando había droga, se miraban involucrados en una suerte de complicidad “los pastores, los jueces y todo el pueblo.
Al vender el producto traía el dinero efectivo y daba una parte para la Iglesia, otro tanto para los líderes comunales y también a los jefes de la familia”. Marcelo Borge tiene 64 años, es ciego desde los 24 a causa de un glaucoma y nació y fue criado en una comunidad en la ribera del Río Coco. Dice que debe ponerse atención a la situación de los litorales norte y sur de la RAAN. El mismo repite nombres que han sonado en el pasado por la penetración del narco como Sandy Bay o Bahía Arenosa, Daukra, Awastara, donde se levantan enormes casas de gente que trabajan con el narcotráfico internacional según él.
“La gran mayoría no tiene mansiones, no tiene buenas casas”, reitera Borge para marcar una diferencia con los más pobres.
El territorio indígena de Asang a la ribera del Río Coco, que él conoció como una pequeña comunidad donde la gente era pobre casi en su totalidad, también se ha visto afectada por el narcotráfico y han sido testigos de lo que pasa en poblados cercanos, en Honduras, donde tres traficantes se disputaban hasta hace poco el territorio. Eran una mujer y dos hombres que tenían soldados propios, que ganaban 20 mil córdobas cada uno, más de lo que gana un militar a cuenta del Estado, dice el reverendo. Ella, la narcotraficante, se llamaba Mara. Borge recuerda también a un tal Marcial Maldonado y del otro ha olvidado su nombre, pero sostiene que todos están muertos en la actualidad.
El progreso que estaba llevando el narcotráfico a esas comunidades, abandonadas a la buena de Dios, había llegado al extremo que uno de ellos había ideado construir una carretera hasta el triángulo minero y con ese fin había traslado una maquinaria desde Honduras. El plan sin embargo fue frenado con la presencia del Ejército que llegó hasta el sitio.
Ejércitos privados
“Antes era más sano porque nosotros no sabíamos que existía la droga. Pero a raíz del conflicto en la década de los ochenta la gran parte de la comunidad de Río Coco se había ido al territorio de Honduras; otra fue traída a los asentamientos, regresaron otra vez y los de Honduras ya traían otras cosas diferentes a la unidad familiar, a la convivencia comunitaria”, dice sobre el origen del negocio narco.
“Uno de los sectores donde se miraba esto (presencia de ejércitos privados) era en la desembocadura del Río Prinzapolka. Otra es en la desembocadura Río Kukalaya, en Layasiksa, donde tenían su escondite, entraban y daban toda la cobertura, protección, tenían organizados ejércitos pagados por ellos. Algunas autoridades nuestras también estaban involucradas en estos asuntos”, dice Borge.
La penetración del narcotráfico en las comunidades provocó que hubiese una reunión de pastores moravos en 2008, antes incluso que ocurriese una emboscada contra miembros del Ejército cuando intentaban recuperar un cargamento en la lejana comunidad de Walpasiksa. En ese año, la situación se agravó por la pobreza, que era mayor a consecuencia del impacto del huracán Félix (septiembre de 2007).
A la pobreza se sumó un problema moral. “Hay muchas personas que han perdido su rostro como ciudadano digno, que en un tiempo fue parte importante de la sociedad. (Narcos) Están dañando a nuestro pueblo. La política no está trabajando para controlar esta situación, más bien como que está ayudando para que se empeore más”, explica el reverendo.
La presencia del Estado, además, es casi inexistente lo que se constituye en un problema significativo. “Nuestro pueblo está marginado por la distancia, la educación es regular. El Gobierno, los concejales, algunos son de estas comunidades, en vez de buscar desarrollo o progreso de estos sectores, ellos son obedientes a sus partidos, no cumple con la demanda de nuestro pueblo. Cuando están en campaña prometen muchas cosas y visitan a las comunidades, pero después se desaparecen”, insiste el reverendo que pide a Dios que amarre las manos de los traficantes.
El culto a la droga
El profesor Avelino Cox, sociólogo y poeta, de cotona y pelo largo, lamenta lo que describe prácticamente como el culto a la droga en la región. Cox habita en Puerto Cabezas y es también un gran crítico de lo que pasa en las comunidades, donde dice que antes la gente era muy inocente. Recuerda que, a principios de los noventa, los primeros comunitarios que hallaron droga en Bismuna confundieron el producto con harina, hicieron tortillas para sus hijos y ellos murieron. La droga era usada, según él, en la medicina tradicional, “para trabajar con gente con problemas de salud”.
Cox está terminando esta tarde calurosa un poema al que llama “el verdadero credo moderno”, una verdadera provocación que lee ahora mismo en voz alta: Creo en la droga, Dios capital de toda índole que gobierna a los gobiernos, que deja sin voluntad a los políticos a los llamados lideres y a todos aquellos que se atreven a aproximarse, que de paso gobierna la mente, la materia y el espíritu de los incautos de toda la tierra. Creo en su poder que ni el oro, el petróleo y la plata y todas las piedras preciosas pueden contra su poder y muchas otras fuerzas quedan sin efectos, porque es el nuevo filibustero que avanza indeteniblemente hacia la destrucción total de los seres humanos. “Nuestro pueblo vivió con una fraternidad desde hace siglos, pero ahora no se puede confiar en la gente de las comunidades. A mí me molesta cómo se ha desestabilizado nuestras poblaciones, ves a la gente caminando como robots, no hay respeto a la gente mayor. Estamos perdiendo la moral desde hace rato”, añade el sociólogo.
El profesor se acuerda cuando en el pasado se quiso instalar una base militar en los cayos miskitos, el refugio actual de los narcos, el refugio de siempre porque en el pasado había sido el escondite de piratas cuando los ingleses eran aliados del caribe nicaragüense mientras los españoles gobernaban en el pacífico. “Es una piratería moderna”, aduce.
Pero lo que más lamenta es la impunidad, los narcos que por un rato les quitaron todo y luego vuelven. En ese punto señala que hay responsables arriba, gente con autoridad que pueden mandar a matar. De vida y muerte está hecha la historia del narco. Marcelo Borge cuenta que uno de los poderosos barones de la droga, a los que ubico en Honduras, murió mientras hacía una enorme transacción en el Río Coco.
El cadáver fue encontrado en una comunidad nicaragüense. Hasta ese sitio, avisada por los comunitarios nacionales, la familia llegó en un helicóptero para recuperar el cadáver.
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